Qué tiempos, aquellos

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Qué tiempos aquellos de las Eras Oscuras. Tiempos donde los temores colmaban el aire de fragancias propias de muerte y decadencia; donde los campos se regaban con la sangre de los mártires y los cerdos se cebaban con las entrañas de los pecadores; donde los huesos relucientes levantaban extraordinarias representaciones artísticas; donde las palabras de los profetas eran escuchadas y los hombres aún temían a los Dioses Verdaderos, más que al propio hombre.

En cambio, ahora; ahora los ateos levantan sus mentones hacia el cielo, orgullosos, invulnerables, ingenuos. Escupen plétoras de arrogancia sobre los lomos marchitos de los que aún creen en la insignificancia del hombre. Se jactan con la creencia de que tras el fin de sus días llegará el descanso de la inexistencia, cuando lo cierto es que serán los primeros en servir de amalgama para los sillares de los impenetrables muros de los reinos de Yghaygha, y sus huesos servirán de ornamentos para los doce tronos del Rey.

Qué tiempos aquellos de las Eras Oscuras.

El tiempo

Dicen que el tiempo lo cura todo.

Dicen que el tiempo nunca se acaba, que nunca se detiene. Dicen que el tiempo es lo más valioso: cuando amas a alguien de veras, el mayor de los regalos que puedes ofrecerle, es tu tiempo. El Tiempo. Y sin embargo, para muchos otros el tiempo no es sino el más imperecedero e implacable de los enemigos, es la soga invariable que les impide alcanzar el fondo del pozo por el que se precipitaron. Para aquellos afortunados que lograron siquiera atisbar el rostro de alguno de los emisarios de nuestros Verdaderos Creadores, el tiempo es el mayor de sus pesares: una tortura para la que no hay descanso, un tormento para el que no hay salvación.

El Tiempo.