Yo fui testigo

«Cuando mi atención quedó libre el tiempo suficiente como para reparar en la sala, fue que alcancé a contemplar durante un instante la muda soledad que me rodeaba en mitad del patio de butacas; fue que comprobé cómo las plateas y los palcos habían quedado tan vacíos como están los insondables límites del universo. El resto de espectadores habrían huido despavoridos en algún momento durante el último de los actos de tan extraordinaria representación. Pero a mí eso no me importaba, no era ése asunto de mi incumbencia; no sería ése un motivo de distracción.

Camilla, Cassilda y Hastur, los tres bailaban para mí sobre el áspero y sombrío escenario; los tres flotaban para mí tras las pesadas y turbias bambalinas; los tres intercambiaban sus textos para un único y afortunado espectador, para mí, mientras las luces de las candilejas apenas lograban iluminar el oscuro rostro que se escondía detrás de la soberbia máscara de madera.

El apoteosis final acabó turbándome de tal modo que terminé perdiendo el conocimiento. Desde entonces, recurrentes pesadillas de mundos olvidados flotan entre las sombras de mis recuerdos impidiéndome el sueño reparador, y sin embargo, mereció la pena. La pérdida de mi recto raciocinio mereció del todo la pena; la pérdida de mi vida insípida mereció del mismo modo la pena».

—Carta de suicidio enviada al departamento de policía de Kingsport el 5 de abril de 1926 en referencia a la obra teatral itinerante del Rey de Amarillo, y relativa al cadáver anónimo hallado calcinado en un sótano deshabitado de la misma ciudad mencionada.

Visiones

«San Arcadio, antes del último suspiro tras su martirio allá por el siglo III, exclamó: «Vuestros dioses no son dioses. Aquel por quien muero es el verdadero Dios. El que me conforta y me sostiene».

Otros tantos llegaron incluso a tornarse en inspiración de grandes maestros de la literatura, como resultara el caso de San Cristóbal.
¿Acaso no nos ha revelado la historia del hombre el método para alcanzar los estados que quedan más allá de nuestro limitado raciocinio? ¿Acaso no nos ha mostrado en infinidad de ocasiones cómo el tormento traslada al atormentado hasta la epifanía primordial? Las magistrales técnicas quedaron plasmadas en las Escrituras con objeto de que los iluminados lográramos más adelante repertirlas hasta el apoteosis final.

Después de varios años de frustrados intentos, al fin me propongo a transcribir sobre estas próximas líneas las esclarecedoras visiones que el más aventajado de mis alumnos alcanzó a revelarme. Al fin sé qué es lo que repta por el otro lado del telón; al fin sé qué es lo que bulle entre las sombras vacías del universo. Al fin sé cómo es ese dios al que los mártires se encomendaron; al fin sé que no es benévolo, que no es misericordioso, que no es único. Al fin sé que no podemos hacer cosa distinta de someternos a sus inefables arbitrios».

—Extracto del diario personal del Dr. Elias Thanous, catedrático de Neurología de la Universidad de Boston. Desaparecido el 30 de julio de 1918 en extrañas circunstancias.