
«Cuando mi atención quedó libre el tiempo suficiente como para reparar en la sala, fue que alcancé a contemplar durante un instante la muda soledad que me rodeaba en mitad del patio de butacas; fue que comprobé cómo las plateas y los palcos habían quedado tan vacíos como están los insondables límites del universo. El resto de espectadores habrían huido despavoridos en algún momento durante el último de los actos de tan extraordinaria representación. Pero a mí eso no me importaba, no era ése asunto de mi incumbencia; no sería ése un motivo de distracción.
Camilla, Cassilda y Hastur, los tres bailaban para mí sobre el áspero y sombrío escenario; los tres flotaban para mí tras las pesadas y turbias bambalinas; los tres intercambiaban sus textos para un único y afortunado espectador, para mí, mientras las luces de las candilejas apenas lograban iluminar el oscuro rostro que se escondía detrás de la soberbia máscara de madera.
El apoteosis final acabó turbándome de tal modo que terminé perdiendo el conocimiento. Desde entonces, recurrentes pesadillas de mundos olvidados flotan entre las sombras de mis recuerdos impidiéndome el sueño reparador, y sin embargo, mereció la pena. La pérdida de mi recto raciocinio mereció del todo la pena; la pérdida de mi vida insípida mereció del mismo modo la pena».
—Carta de suicidio enviada al departamento de policía de Kingsport el 5 de abril de 1926 en referencia a la obra teatral itinerante del Rey de Amarillo, y relativa al cadáver anónimo hallado calcinado en un sótano deshabitado de la misma ciudad mencionada.