
Cuentan los lugareños que ese terrible anciano de la colina llevaba en estas tierras desde antes de la fundación de la ciudad. Insinúan las habladurías que nunca tuvo descendencia: los rumores más controvertidos incluso se arriesgan a afirmar la inexistencia de sus ancestros.
Nadie osó nunca alzar siquiera la mirada sobre la carcomida valla de madera que rodea su vetusta cabaña. Nadie te dirá con certeza que lo ha visto merodear por las calles, trastear por los mercados o pasear junto al río. Sin embargo, todo hombre, mujer, niño o niña del lugar afirmará con rotundidad que los años en los que la luna brilla verde sobre su casucha endemoniada, y el viento arrastra colmado sus gorgoteantes carcajadas, los campos quedan infértiles durante meses y el agua de los manantiales se torna gris y ponzoñosa.
Eso, amigo mío, nadie se atreverá a negártelo.