Madre

«La vida se nos presenta tan próspera y hermosa cuando creemos sostener entre nuestras manos los hilos que controlan nuestro destino, que apenas logramos reparar en esos ínfimos detalles que la Providencia pone delante de nuestros ojos como un grito de advertencia ante las aciagas consecuencias que quedan por venir.

Cuando ya no hay espacio para la vuelta atrás, cuando el tiempo nos ha robado la esperanza de la salvación y las palabras de los sacerdotes no logran cosa distinta de alimentar aún más nuestra insoportable desdicha, es entonces que comprendemos que el destino no se rige por nuestros actos ni atiende a nuestras expectaciones; es entonces que adivinamos en la expiración la más extraordinaria de las redenciones; es entonces que tratamos de reconducir nuestros propósitos hacia la más insoportable y desconsoladora de las aceptaciones.

Pero no. Yo no lo haré. Yo no lo aceptaré. Mi ambición despiadada arrancó de su cuerpo la preciada vida que debería esperarle a mi pequeña Victoria. Mi sórdida avidez cercenó sin remedio el futuro de una criatura tan pura e inocente como una vez resultara el propio corazón de su madre. 

Y todo esto, para qué. Todo esto, para qué. 

Para obtener el poder. 

Pero el poder, sobre qué. El poder, sobre qué. 

El poder sobre mi destino, el poder sobre los que me rechazaron, sobre los que me ridiculizaron, sobre los que osaron violarme aquella fatídica víspera de Navidad.

Ahora marcho hasta los dominios de la misma muerte. Me introduzco en sus reductos ya olvidados por la creación, madrigueras propias de seres sin explicación. Pues debe ser ahí, debe ser ahí, donde mi pequeña Victoria se hallará esperando a que su egoísta madre la retorne a la vida desde las tinieblas adonde una noche la envió.

Ahora marcho hasta la muerte, y no la pienso aceptar».

—Carta de despedida a la temida Babarse, Madre de Brujas, manuscrita por una de sus más prometedoras discípulas. En Salem, año de 1634.

El reto

«Cuentan las leyendas más blasfemas que, cada cierto tiempo, cuando las estrellas más antiguas resultaban favorables, existía en el gremio de las brujas un rito secreto que permitía a las hechiceras más experimentadas desafiar a la matriarca del culto. De este modo, a la sangre joven se le ofrecía la posibilidad de renovar el espíritu de la orden, quedando la emperatriz regente relegada al desprecio de sus hermanas y al despojo de sus derechos y pertenencias.

El reto era sencillo en su ejecución, aunque abominable en su resolución. La matriarca subiría junto a su retadora a la cima de la Loma Maldita mientras el resto de discípulas aguardarían en su base, expectantes y entusiasmadas ante el fatal e inminente desenlace. Tras acabar el ritual, sólo una de las participantes acabaría descendiendo de la cumbre a celebrar la victoria con las iniciadas. 

Al inicio, la hechicera desafiante taparía entonces su rostro con un velo tupido de tela cerúlea. Más tarde, la matriarca alzaría la voz hacia el oscuro firmamento y pronunciaría el nombre verdadero de una de las Deidades Menores, a su propia y mórbida elección. La aspirante, temeraria y del todo confiada, levantaría su mirada cubierta hacia el rostro de su Señor, y le prometería su incondicional servidumbre y pleitesía. Si la Entidad Supraterrena le concedía su gracia, el desafío habría quedado resuelto y la aspirante sucedería a su matriarca por divina imposición. 

Pero Babarse era vieja, muy vieja, y su sabiduría brotaba con más fuerza de su longevidad que de su blasfema hechicería. La madre de todas las brujas conocía el nombre auténtico de una entidad cuyo poder resulta del todo inclasificable, y cuyos propósitos traspasan sin esfuerzo las barreras de lo antinatural. Durante más de trescientos años, Babarse obligó a sus aspirantes a mirar al rostro del mismo Universo Primigenio, a fijar la mirada en los ojos de la Eternidad Impertubable. Ese, sin lugar a dudas, era el secreto de su longevo reinado».

—Leyendas populares sobre el gremio de brujas de Salem.

No seas tímida

«No seas tímida, Hermosa Mía. No trates de ocultar tu rostro ni tu desnudez a la vista de este humilde escultor de filigranas. Muéstrate sin vergüenza ante estos ojos maduros, pues son estos unos ojos que ya han conocido la Belleza Verdadera, la perfección que queda más allá de la delicadeza y la armonía, de lo orgánico y de lo inerte, de lo vivo y de lo muerto.

Antes se mofaban, Preciosa Mía; se burlaban de tus desafortunadas facciones y de tu tosca silueta. Antes. Inundaban tus oídos aterciopelados con desprecios regurjitados desde lo más profundo de sus pútridos vientres. Antes, mi Bella Creación. Ahora, se postrarán ante ti con una veneración sublime, Mi Diosa de Carne y Madera y Roca. Llorarán suplicando que les concedas tan sólo una mirada fugaz; tu belleza les resultará tan insoportable que preferirán arrancarse los ojos a tener que compartir con otros la visión de tu figura.

Y ahí estarás tú, mi Obra Maestra, para ayudarles a tan glorioso menester.
No seas tímida, hermosa mía».

—Exhortación del barón Zephurus von Vaier hacia una de sus iniciadas, año de 1616, Salem, Massachusetts.

La experiencia


Imagen original de https://apterus.deviantart.com/

Dicen que la experiencia es el mejor de los maestros. Los acontecimientos planteados por el devenir de los años no hacen otra cosa que escarbar en nuestro más profundo interior para ir destapando, pétalo a pétalo, nuestra verdadera naturaleza. Algunos piensan que las experiencias nos moldean; otros, que nos refuerzan; algunos ilusos, que nos definen. Los conocedores de la Verdad saben que la realidad es muy diferente: los gozos y las desdichas acaban descubriendo la pulpa jugosa que siempre hubo bajo el cascarón de carne. Los que nacieron muertos, se volverán muertos; los que nacieron del dolor, se volverán dolor; los que nacieron como placer, tornarán en placer. Somos lo que marcaron Sus designios: sólo el tiempo acaba por separar el grano de la paja.

A su debido tiempo

«—Para el más vasto común de los mortales, mi joven aprendiz, la muerte suele ser el más implacable de los temores. Conmigo aprenderás hasta qué punto sus lacios corazones se hallan equivocados. Entenderás cómo el mayor de los miedos no debe ser nunca la muerte, sino el vivir cuando deberías haber perecido. La vida es una hermosa melodía que puedes sostener mucho más allá de la última de sus notas, como una suerte de sinfonía del horror prohibida para los sentidos.
—¿Y cómo es eso, maestro?
—Alzándote como la directora de la orquesta, mi hermosa hechicera; levantando la batuta justo en el momento en el que la armonía cesa, clamando a los tambores infraterrenos y a los solemnes trombones de las eras pretéritas.
—Enséñame, maestro.
—A su debido tiempo, joven Eloysse. Aprenderás a trasladar la vida desde la carne a la arcilla, al agua, a la madera o a la roca. Sabrás cómo encerrar un alma en una pared encalada, donde no podrá hacer otra cosa que temer por seguir viva, cuando debería haber perecido.

A su debido tiempo.»

—Extracto de la exhortación del barón Stephan von Vaier a una de sus aprendices, durante uno de los aquelarres en Saltwaters Manor, Salem, Massachusetts. Agosto de 1601.

En las noches


Imagen original de https://vityar83.deviantart.com/

«En las noches en las que la luna luce con toda su plenitud, las hechiceras acudían en silenciosa y sórdida procesión a los dominios de los von Vaier. Una por una, las hechiceras ahuecaban sus manos para beber del agua salobre que brotaba de las entrañas de la tierra, mientras la más anciana y cruel de todas ellas entonaba enaltecida sus cantos antinaturales.

Tras terminar el ritual de confirmación con el Corazón del Mundo, el cabeza de la familia von Vaier, regente por aquellas fechas de esa hacienda sacrílega, pozo de adversidad, se acercaba a las féminas para ofrecerle las bendiciones del Dios de la Carne, y éstas, a su vez, le rendían su incondicional pleitesía».

Leyendas populares de Salem.