
«—Para el más vasto común de los mortales, mi joven aprendiz, la muerte suele ser el más implacable de los temores. Conmigo aprenderás hasta qué punto sus lacios corazones se hallan equivocados. Entenderás cómo el mayor de los miedos no debe ser nunca la muerte, sino el vivir cuando deberías haber perecido. La vida es una hermosa melodía que puedes sostener mucho más allá de la última de sus notas, como una suerte de sinfonía del horror prohibida para los sentidos.
—¿Y cómo es eso, maestro?
—Alzándote como la directora de la orquesta, mi hermosa hechicera; levantando la batuta justo en el momento en el que la armonía cesa, clamando a los tambores infraterrenos y a los solemnes trombones de las eras pretéritas.
—Enséñame, maestro.
—A su debido tiempo, joven Eloysse. Aprenderás a trasladar la vida desde la carne a la arcilla, al agua, a la madera o a la roca. Sabrás cómo encerrar un alma en una pared encalada, donde no podrá hacer otra cosa que temer por seguir viva, cuando debería haber perecido.
A su debido tiempo.»
—Extracto de la exhortación del barón Stephan von Vaier a una de sus aprendices, durante uno de los aquelarres en Saltwaters Manor, Salem, Massachusetts. Agosto de 1601.