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Los templos de mármol y oro, los santuarios de la naturaleza y las torres de roca erguidas hacia el cielo gozan de la gloria y el esplendor propios de la frescura de la juventud. En cambio, son las ruinas las que acumulan las fuerzas más preternaturales, las que mejoran sus cualidades con el tiempo como los vinos viejos, ya que reposa sobre ellas todo el peso de los siglos pasados.
Los salones de palacio se muestran fríos e inertes ante los corazones más curtidos, los suelos de obsidiana reluciente soportan el continuo pisar de los indiferentes; no así los caserones ruinosos, preñados de retablos decadentes y maderos enmohecidos, cuna de sabandijas y gusanos: estos riegan de temores ancestrales las mentes más endurecidas, y sacian de satisfacciones los corazones más perversos.