Benedittus

«Benedittus no demoró mucho tiempo antes de comenzar a dibujar destellos de éxito en la aplicación de las enseñanzas del Gran Maestre. Y sin embargo, el más implacable de sus adversarios no fue la dura pronunciación de esas lenguas tan olvidadas, o los espectáculos tan atroces a los que se vio obligado a presenciar durante su aprendizaje. Su mayor enemigo fue la impaciencia.

—El cuerpo físico no es más que un medio, Benedittus; como un templo construido con sillares de carne sobre cimientos de hueso —le insistí—. Antes de proclamarte arquitecto, deberás ejercer como obrero.
Pero Benedittus odiaba la espera; odiaba tener que controlar sus aptitudes para no ofender al ego de su maestro; aborrecía trabajar sobre animales lo que podría ejercer sobre los hombres.

Un día, la paciencia de Benedittus se quebró como un madero carcomido, y decidió llevar a la práctica sus enseñanzas sobre sí mismo.

—La carne es fluido, mi joven aprendiz. No oses contener con tus brazos el torrente de un río cuando aún no eres capaz de mantener una buchada de agua con tus manos desnudas sin que ésta se escape entre tus dedos.
Pero Benedittus no esperó».

—Extracto del segundo volumen de las obras completas del barón Maximilian von Vaier, sobre uno de sus aprendices.

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