Ofrendas

Los seres que habitan los rincones más íntimos y profundos de la tierra no son más excepcionales que sus insólitos apetitos, y no mucho más extraordinarios que sus oscuros propósitos. Aunque sus repulsivas apariencias puedan resultar insoportables a los corazones más frágiles, no son sino cascarones de oro que envuelven a un núcleo aún más intolerable y nauseabundo, una médula fétida que conecta al infraser con su Todo superior mediante una suerte de cordón umbilical inapreciable para la vista menos entrenada, pero que sí se hace presente a los espíritus más clarividentes.

Aquellos infaustos que se atrevieron a estudiar durante décadas las rutas hacia sus templos antediluvianos, ahora comercian con ellos extrañas mercancías. Trocan conocimiento y reliquias de edades pretéritas por sacrificios y ofrendas de eterna pleitesía. 

El ser humano es ambicioso, aunque nunca más que la avidez de sus Verdaderos Creadores.

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