El amor correspondido

«Cuán bello es el amor cuando es correspondido; cuán reconfortante cuando es comprometido; cuán hermoso cuando se vuelve licencioso. Y sin embargo, eso sólo lo supe de oídas.

De pequeña era la gafotas. De adolescente, la empollona. De adulta, la introvertida; la tímida, la estrecha. 

Cuanto más trataba de acercarme a esos hombres que sin palabras me robaban el corazón, más tupido se volvía el velo de rechazo que levantaban frente a mí. 
¡Y es que yo siento! ¡Y es que yo amo! Yo amo. Amo ¡igual que vosotros! Pero ninguno quiere corresponderme. Ninguno quiere concederme un ápice de su egoísta atención; ninguno quiere ofrecerme una ínfima posibilidad de mostrarme tal como soy.

Pero eso se acabó. Finalmente, se acabó.

Mi únicos amigos siempre fueron los libros; mis únicos amantes siempre fueron sus líneas, y sus besos sus palabras. Así que fue en los libros donde terminé buscando a mi amor verdadero. En el libro, en ese libro. Y lo que salió de él era puro, puro y profundo. Profundo, y oscuro; tan oscuro como la negra noche, y tan temible como cien mil infiernos. Pero me amaba; me amaba de verdad. Mis palabras le trajeron hasta mí, y ahora disfruto de aquello que desde siempre anhelé, y que ahora del todo me complace.

Y quiere vengarse. Mi nuevo amante quiere vengarse. Vengarse de todos vosotros, sí. De todos los que me rechazasteis, de todos los que os apartasteis de mí, de todos los que me dedicasteis una burla en lugar de una sonrisa.

Mi momento ha llegado, y, con él, también ha llegado el vuestro».

—Carta anónima encontrada junto a cada una de las víctimas de la cruel ola irresoluta de crímenes de la llamada Asesina del Aceite Negro, en Salem, Massachusetts, durante los años de 1997 y 1998.

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