Marcelo Atto

«Algo maligno está creciendo dentro de mí. Algo grande, algo perverso. Algo incomprensible…

La piel tersa de las bellas féminas que mis leales siervos me disponen, sus cálidas y apretadas carnes, su húmedo y viscoso sexo… Apenas consiguen ya apaciguar mis deseos más fervorosos durante unos miserables instantes; apenas logran aliviar la presión que la simiente divina provoca sobre mis partes más íntimas.

El vello del varón, su tez áspera, sus brazos musculados; esos recios y cálidos cetros labrados de turgentes enramados; esos troncos palpitantes del placer copados por un bulbo carmesí del que brotan perlas preñadas de vida… Apenas alcanzan ya a alimentar un ápice el inexplicable deseo que ahora me corroe las entrañas.

vello del varón, su tez áspera, sus brazos musculados; esos recios y cálidos cetros labrados de turgentes enramados; esos troncos palpitantes del placer copados por un bulbo carmesí del que brotan perlas preñadas de vida… Apenas alcanzan ya a alimentar un ápice el inexplicable deseo que ahora me corroe las entrañas.

Tampoco los púberes, tampoco los infantes; ni los neonatos. Ni tan siquiera las bestias pueden ya satisfacer mis más inconfesables apetencias».

—Del diario personal del Cardenal Marcelo Atto, Diácono de la Curia de Milán, fallecido en espantosas circunstancias el 27 de mayo de 1972.

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