
«Sobre los flancos, altas paredes se levantaban a su avance apuntaladas con las ciclópeas osamentas de criaturas propias de las eras más pretéritas. Enfoscadas con la materia desecada de seres que otrora habitarían el otro lado del umbral, grotescos motivos se hallaban estampados por su superficie sin dejar apenas un ápice de estructura sin algún tipo de ornamentación. Si bien ante los ojos del hombre corriente podrían pasar por macabras representaciones de óbito y de tormento, ante las clarividentes cuencas del Príncipe Esqueleto la belleza contenida entra esas formas resultaba casi del todo insoportable. La cuidada y elaborada rugosidad de los matices plasmados sobre las columnas de hueso invitaron al ánima errante a posar sobre ellas la punta de sus renovados dedos. Fue entonces cuando el que una vez fue un hombre comprendió la magnitud de su reformulado sentido del tacto. El traqueteo de sus falanges sobre los motivos labrados transportaban hasta su mente las vivencias completas de aquellos que ahora yacían frente a él, inertes, tejidos entre sí como el lienzo de una magnífica obra de arte sobre la que los más dedicados y extraordinarios maestros habían depositado sus más soberbias representaciones. Las vivencias de la plebe, de sus líderes, de sus reyes y de sus dioses, burbujeban en su mente como si él mismo hubiera sido partícipe de ellas».
—Sobre los reinos de Yghaygha.