
«Hay seres que terminan naciendo en el plano de existencia equivocado. Aunque se críen, crezcan y se eduquen junto al resto de mortales, creen vínculos con la sociedad que los rodea y su actitud resulte íntegra y apropiada, su condición intrínseca resulta categóricamente diferente a la del conjunto de individuos entre los que se disimulan. La naturaleza simple y primitiva del hombre se alza siempre contra estas entidades como una suerte de barrera impenetrable a la comprensión y al raciocinio.
Los diagnosticamos de locos, e intentamos sofocar sus dolencias con ténicas burdas y obsoletas de las que nos vanagloriamos. Los tachamos de monstruos, privándolos de libertad, o incluso de vida, con la inútil esperanza de lograr su reforma o su redención. Los repudiamos por libidinosos, e intentamos aplacar sus ansias y pasiones a golpe de hisopo, duchas frías y padrenuestros. Seres incomprendidos, perseguidos y ajusticiados por los corazones que, en realidad, resultaron creados para satisfacer sus innumerables caprichos. Fuimos puestos en la tierra para adorar a los dioses que nos crearon… Y ahora nos empeñamos en renegarlos».
—Sobre Eloisse Duclaire, novicia en el Priorato de las Hermanas Celestinas de París, perseguida por herejía y dada por desaparecida en Julio de 1701