
«Sus esfuerzos por traer de nuevo a Eloisse a la tierra de los vivos no tenían límite, pues tampoco se hallaban obstáculos en sus perversiones. Aunque la novicia hacía centurias que satisfacía los deseos del Rey sobre los Doce Tronos, el cardenal aún guardaba con celo el tercero de la úna copia conocida de los cuatro tomos de Laorn. Aunque se trataba de un texto apócrifo, todavía lograban hallarse entre sus versos indescifrables las claves para invocar a los que ya son siervos del Devorador de Estrellas.
El diácono exigió sin clemencia a sus prelados un hermoso cuerpo en el que Eloisse levantaría su templo, por lo que sus deseos fueron prontamente satisfechos.
Y el hermoso cuerpo inanimado fue traído de nuevo a la vida por sus palabras; y la lasciva Eloisse volvía a posar sus pies sobre el reino de los vivos. Pero Eloisse ya había probado el néctar de los placeres primordiales: ya nada quedaba en el universo conocido que pudiera complacer sus necesidades. La novicia apaciguaba sus indescriptibles deseos con la carne del sacerdote; más tarde, sus ansias encontrarían la calma con la suya propia. Y es que no se puede contener una tormenta en un frasco de cristal, pues su naturaleza es ser libre; libre, para satisfacer los caprichos de su Señor».
—Sobre el Cardenal Marcelo Atto, Diácono de la Curia de Milán, fallecido en espantosas circunstancias el 27 de mayo de 1972.