La vida contra la naturaleza

«La vida se acaba abriendo camino incluso donde debería encontrarse prohibida. Las leyes que rigen el curso de la carne son hermanas menores de las que gobiernan la conducta del universo, y como tales poseen un límite de extensión, más allá del cual, la naturaleza se rinde ante los obstáculos propios de la química que la compone. Pero el cosmos no es más que un sencillo telón de fondo tras una representación de exquisita complejidad; un dominio de leyes sin nombre, sin límites, y para las que la excepción es un concepto sin posible aplicación.

Yo he conseguido llevar la vida hasta límites impropios de nuestra naturaleza, y las consecuencias resultaron ser tan excepcionales, que mi objetivo vital se convirtió irremediablemente en aprender a traspasar cada uno de los nuevos límites con los que me fuera tropezando. Nada estaría lo suficientemente enfermo como para morir, ni lo suficientemente viejo para desfallecer, ni sería lo suficientemente abominable como para ser erradicado. La vida siempre se abriría camino, a su manera… o a la mía».

—Extracto del Cuaderno Rojo.
Salem, Massachusetts, año de 1801.

Dolencias mentales

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«Incluso la realidad de los sueños se encuentra limitada por las barreras del raciocinio del soñador. Aunque el artista recurra a trazos suspendidos en el volátil recuerdo de sus pesadillas más indescriptibles, sus obras no podrán nunca exceder los términos que marca la imaginación humana, pues los sentidos del hombre se hallan atrapados en un cubículo de dimensiones perfectas y leyes bien establecidas, regidas todas por el tiempo omnipresente e imperecedero. Y es que es esta, estimados colegas, la razón inmutable de la irreversibilidad del que me he permitido catalogar como «esquizos extremis»: un atormentado cuya condición de clarividencia y clariaudiencia es tal, que le permite extender sus sentidos más allá del infecundo raciocionio, más allá de los sueños y la imaginación. Es entonces cuando alcanza a percibir a los seres que viven entre nosotros, y que de nosotros de alimentan. Seres cuya mera mención es imposible de encuadrar en la mente del hombre corriente; instrumentos de la naturaleza de los que no somos conscientes hasta que nos encontramos entre sus fauces instantes después de haber cruzado el umbral sin retorno».

—Extracto de la disertación sobre Dolencias Mentales Irreversibles en el XIV Simposium sobre Ciencias Mentales en la universidad de Miskatonic, Arkham, Massachusetts, por el doctor en neurología Elias Thanous. 15 de marzo del año de 1907.

Maestría

«La maestría solo se alcanza con la perseverancia. El que esculpe la carne y el hueso tiene que practicar tanto, si no más, que el que cincela la roca o talla la madera. Madera y roca son firmes, son nobles con el afán del imaginero, son accesibles; el músculo en cambio es maleable, el hueso frágil. La carne es rebelde, es desobediente, poco accesible.

Los animales: el conejo, el zorro, el cerdo, el caballo… Las bestias y alimañas aportan al artista lo que al aprendiz de alfarero un pellizco de arcilla. Pero los maestros, los maestros necesitan trabajar sobre la roca madre, sobre el mármol impoluto de la veta más lustrosa. Como diestro moldeador de la carne necesito del hombre y sus pasionales atributos para que mis obras florezcan. Y sin embargo, incluso Miguel Ángel acababa errando en sus cinceladas, solo que lo que él resolvía desechando un cascote de roca desperdiciado, para mí resulta en lidiar con un espanto antinatural, vivo sin el derecho a la vida».

—Extracto del Cuaderno Rojo.
Salem, Massachusetts, año de 1856.

Qué tiempos, aquellos

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Qué tiempos aquellos de las Eras Oscuras. Tiempos donde los temores colmaban el aire de fragancias propias de muerte y decadencia; donde los campos se regaban con la sangre de los mártires y los cerdos se cebaban con las entrañas de los pecadores; donde los huesos relucientes levantaban extraordinarias representaciones artísticas; donde las palabras de los profetas eran escuchadas y los hombres aún temían a los Dioses Verdaderos, más que al propio hombre.

En cambio, ahora; ahora los ateos levantan sus mentones hacia el cielo, orgullosos, invulnerables, ingenuos. Escupen plétoras de arrogancia sobre los lomos marchitos de los que aún creen en la insignificancia del hombre. Se jactan con la creencia de que tras el fin de sus días llegará el descanso de la inexistencia, cuando lo cierto es que serán los primeros en servir de amalgama para los sillares de los impenetrables muros de los reinos de Yghaygha, y sus huesos servirán de ornamentos para los doce tronos del Rey.

Qué tiempos aquellos de las Eras Oscuras.

Brithias, el osado

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«La lección más importante que deben aprender los adeptos de este culto imperecedero es la absoluta resignación ante los designios del Corazón del Mundo. El discípulo puede sentir encontrarse preparado para recibir las dichas de su Señor, aunque ello no indique que Éste lo acepte como uno de sus iniciados. El joven Brithias, impaciente, ignorante, iluso, es el más claro ejemplo de tal osadía.

Sin aún haber completado el ciclo de estudio sobre los textos prohibidos, Brithias, el arrogante, el necio, estimó que su momento había llegado, a pesar de los constantes y entusiastas vetos de su maestro —algunos de ellos traducidos en elocuentes castigos—. Durante una de las noches apropiadas, el acólito improvisó el ritual a espaldas del resto del culto: a través de una delgada rendija hendida en su frente con el filo vivo de una navaja, Brithias arrancó toda la piel de su cuerpo con sus propias manos, en un grotesco espectáculo de alaridos y manantiales de sangre, a partes iguales. Como gesto de absoluta veneración, colocó el fresco vellocino, extirpado de una pieza, sobre el altar negro. Sin embargo, el Dios la Carne renegó de su ofrenda, alabados sean sus designios, por lo que quedó por tanto maldito.

Aún a día de hoy, las pobres gentes atormentadas de Salem rumorean que los gemidos de Brithias cabalgan entre las sombras de los pinares en las noches más frías, y que viste su descubierta figura con las pieles de los infelices que tienen el infortunio de cruzarse en su camino».

—Extracto del segundo volumen de las obras completas del barón Maximilian von Vaier, sobre uno de sus aprendices. En Salem, Massachusetts, año de 1786.

Trauma

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«La evolución ha dotado a los animales de un curioso mecanismo de supervivencia; extraordinario, pero ineficaz: el trauma. Cuando una criatura supera una vivencia acompañada de una experiencia de tal fuerza y rotundidad, que se pone en serio riesgo la integridad del ser, su cerebro reforzará sus conexiones sinápticas en aras de evitar en el futuro una situación similar. Es ineficaz, pues no puedeaprenderse: debe vivirse.

Como gran conocedor de este fascinante mecanismo, he osado valerme de su poder para imbuir en mis sujetos experiencias tan calculadas y extremas, que he logrado despertar en sus cerebros conexiones neuronales impropias del individuo, que no le pertenecen, pues se remontan a reminiscencias relegadas a la escoria de su pasado genético. He descubierto que la esencia de láudano en las dosis adecuadas inspira en el sujeto una suerte de amnesia temprana que me permite repetir nuevamente el experimento sobre el mismo paciente, lo que refuerza aún más —si cabe— las ligazones neuronales, dejando su masa encefálica en un estado idóneo para su posterior estudio.

El paciente XIV se encuentra finalizando el último de los ejercicios. Con suerte, esta misma noche podré comenzar con su análisis».

—Extracto del polémico tratado sobre neurología «Animae et Mentis» del Dr. Elias Thanous, catedrático de Neurología de la Universidad de Boston. Desaparecido el 30 de julio de 1918 en extrañas circunstancias.

Dr. Elias Thanous

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«Esos majaderos inconscientes todavía buscan la llave de la salvación entre las manidas páginas de las que dicen Santas Escrituras. ¡JA! Versiones viciadas por siglos y siglos de elucubraciones, fantasías, quimeras. Contaminadas todas por los intereses de unos pocos sobre el miedo de otros muchos. Seguidores de falsos profetas sobreactuados, regurgitadores de palabras vacuas y mensajes insípidos.

La Llave, la auténtica Llave, la tengo yo ahora, entre mis manos: sumergida en formol, enclaustrada entre muros de cristal. La clave de la salvación del hombre se halla atrapada en la mente de otro hombre, y es esa masa gris rebosante de recuerdos imperecederos la que pretendo estudiar en este preciso instante. Los horrores que le tocaron padecer a ese estudiante incauto podrán carecer de nombre, pero las conclusiones que yo sacaré de sus espantosas y exquisitas reminiscencias me pondrán al frente de la senda del esclarecimiento más absoluto. Por fin podré llamar por su nombre verdadero a Aquellos Seres que se dicen omnipotentes y omniscientes; por fin podré tocar con mis dedos el fondo del abismo del cosmos primigenio».

—Extracto del diario personal del Dr. Elias Thanous, catedrático de Neurología de la Universidad de Boston. Desaparecido el 30 de julio de 1918 en extrañas circunstancias.

Y aún se atreven a llamarlos locos

«Los académicos insisten en que las demencias y otros delirios no son cosa distinta de alteraciones antinaturales en la sináptica de nuestros cerebros. Se empeñan en analizar con espectacular rigor cada una de las neuronas que conforman los delgadísimos segmentos seccionados de la masa encefálica de miserables y desahuciados. Conjeturan, hipotetizan, figuran, teorizan; aunque ninguno llega más lejos de asignar un ostentoso nombre a una dolencia aún por determinar, a la que pretenden dar remedio con meticulosas incisiones, calculadas descargas eléctricas y dosis abrumadoras de químicos experimentales. Cuando lo cierto es que todos están equivocados.

Llaman locura a la clarividencia, paranoides a los que intuyen la turbia realidad tras el Velo, esquizofrénicos a los que conectan con los del Otro Lado. Y ni la lobotomía, la electrocución, las terapias de ayuno o las sobredosis de barbitúricos lograrán nunca arrancar de sus almas esa inefable realidad que atormenta sus corazones, de la que han sido a la vez testigos y ejecutores. Son dioses. Dioses, con ojos de lechuza y oídos de serpiente. Y aún se atreven a llamarlos locos».

—Extracto del polémico ensayo «Falsum Dementia», sobre los delirios y otras patologías mentales, por el Dr. Dustin R. Schultz, Boston, Massachussets, 1906.

Materia prima

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«Las labores en los reinos de Yghaygha son tan productivas como eternas resultan sus jornadas. Los infatigables artesanos delegan en sus vasallos más infames la recogida de los materiales con los que dar forma a sus sueños más indescriptibles. Y es que el hombre puede creer esos sueños como representaciones grotescas de los espantos más primitivos, cuando la realidad es que en los dominios del Devorador de Estrellas no ha lugar para la consternación: sólo existe la belleza; una belleza forjada sobre columnas de huesos amalgamadas con el dolor de las almas que los poseían. Incluso el más loable de los siervos es tornado en producto si la calidad de su ofrenda no es del gusto del maestro escultor; en los reinos de Yghaygha no hay desecho, no hay despojo, no hay residuo: sólo materia prima».

—Sobre el reino de Yghaygha. 
4º volumen de los Tomos de Laorn, sitos en las Bibliotecas de Ónice de Celephaïs.

Las gracias del Dios de la Carne

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«Las gracias otorgadas por el Dios de la Carne son tan grandiosas como magníficos son los sacrificios que exige. No sólo debes saber brindarle las ofrendas adecuadas, sino que también deberás conocer el modo de aceptar sus dones. Tanto si yerras en lo uno como si fracasas en lo otro, la Semilla de Vida te dará el trato que la tempestad arroja sobre una brizna de paja. Sé austero en tu sacrificio, y el Corazón del Mundo te hará suplicar tu final; se irresponsable con Su gracia, y el poder otorgado huirá de ti con la fiereza de un lobo sometiendo a su presa.

No oses llamar a las puertas de tu Señor si aún no eres capaz de soportar Su presencia».

—Discurso del Sumo Sacerdote Imhotep a sus prosélitos sobre el obstáculo de la impaciencia.