Y llegará ese día

«Y llegará ese día, osados blasfemos condenados al exterminio.

Y llegará ese día, incrédulos adoctrinados por la religión de Cristo. 

Y llegará ese día, en el que el Dios de la Carne abandonará por siempre su claustro de magma para bucear entre insondables océanos de roca hasta que el reflejo del sol alcance a navegar sobre sus ojos invisibles.

Y llegará ese día, en el que su seno acabará derramado por nuestros campos, por nuestras tierras y por nuestro cielo, y la humanidad entera finalizará sus horas sepultada bajo el peso de Su magnificencia. 

Y llegará ese día, en el que los mares tornarán de nuevo hasta el cielo del que una vez manaron y las cordilleras se volverán arena con la que allanar las playas de los recientes océanos de músculo. 

Y llegará ese día, en el que por los ríos fluirán la sangre de la antigua vida, y será esa antigua vida la que abone con su desolación los nuevos yermos que colmarán el paisaje de nuestro viejo mundo.

Y llegará ese día».

—Zebulón 15:9-16
Extracto de la Biblia Negra de Thimotée de Perpignan.

Que esta ofrenda salde nuestra deuda

«Yo, Arcturus Derwilliger, como máxima autoridad asignada de manera popular y legítima, y en representación de todos y cada uno de los habitantes de esta localidad, hubieran o no estado presentes en la reunión programada la tarde anterior a la fecha de este documento, determino que, en aras del poder que me fue otorgado en el momento de mi nombramiento, se detenga de inmediato a Rufus Whitmore, ciudadano de Salem, bajo la acusación de expolio y ultraje.

Con veintiocho años de edad y cabello castaño, algo menos de seis pies de altura y de complexión robusta, el interfecto adquirió de modo furtivo una estatuilla de edad incalculable propiedad de la matriarca de la comunidad femenina que habita los bosques limítrofes de esta misma villa, y cuyo nombre preferimos no mencionar en este desesperanzado concilio.

Como decisión acordada de modo unánime, tanto la reliquia como el acusado serán entregados al infame colectivo con la clara intención de retribuir la osadía que resultó cometida por uno de nuestros hermanos. 

Que esta ofrenda, finalmente, sirva para contraprestar la deuda acometida, y que sus negros corazones se ablanden lo suficiente como para retirar, al fin, esa aciaga y amarga sequía que desde hace más de año y medio convierte nuestros campos en tierras yermas y baldías.

Este edicto se firma en Salem, el 16 de mayo del año 1604 de Nuestro Señor. Que Jesucristo se apiade de estas desdichadas almas que se han visto forzadas a recurrir a la misericordia del paganismo para asegurar el pan, la carne y la leche de nuestros hijos».

Los hijos de Abhoth

«Los veo con total claridad, Doctor. ¡Con total e inmaculada claridad!

Mi jefe, el adinerado Dickens. ¡Es uno de ellos! Y mi vecino, el de la tercera planta… ¡También!¡Es de ellos! El reverendo Marshall… Por favor, no… El reverendo Marshall ¡no es uno de los nuestros!
Ya se lo he dicho a todos ustedes, loqueros que me atomertan. Se lo he dicho a todos ¡hasta en cien ocasiones!

¡Están entre nosotros! Los hijos de Abhoth, sus despreciables y repulsivos vástagos ¡viven entre nosotros! ¡Calzan nuestras mismas pieles! ¡Visten nuestras mismas ropas! Hablan nuestras mismas lenguas, pero no. ¡No son de los nuestros!¡No son de los nuestros!

Aquel brebaje inmundo. Aquella pócima agria retiró de mis ojos el velo de falsedad que los cubría y los maldijo con el don de la clarividencia. Desde ese día los hijos de Abhoth me persiguen porque saben que yo sí les veo, porque saben que yo sí les entiendo, porque conozco sus oscuros propósitos. 

Me persiguen con sus cuerpos marchitos. Me persiguen con sus lenguas de gusano y me chillan en su idioma nauseabundo. Me miran con esos inmundos ojillos vestigiales. Con esos ojillos… ¡Como los suyos! ¡Como los suyos!

¡Socorro! ¡Este loquero es uno de ellos! ¡Socor».

—Transcripción recogida en magnetófono de la última entrevista realizada por el Dr. Enric Lefou a uno de los residentes fallecidos en extrañas circunstancias en el Hospital Psiquiátrico Deva, en Pensilvania, el 16 de julio de 1934.

Hoy he visto a Dios

Imagen original de https://www.deviantart.com/zalas

«Hoy he visto a Dios, y Dios me ha permitido el admirar su gracia. Su rostro es tan inabarcable como lo son los límites del universo, y su belleza resulta tan insoportable como lo fueran los propósitos de su creación.

Hoy he oído a Dios, y Dios me ha permitido escuchar la sinfonía de las flautas que lo mantienen adormecido. Su clamor es tan puro y tan exquisito se aprecia su lenguaje, que mis oídos han cedido ante su melodía incomensurable.

Hoy he descubierto a Dios, y Dios ha compartido sus sueños entre mis pesadillas. Sus designios son tan incomprensibles y su sabiduría tan irresistible, que noto ahora mi cerebro hirviendo dentro de mi cráneo.

Hoy he conocido a Dios, y Dios me ha regalado la muerte».

—Últimas palabras del Sumo Sacerdote Imhotep recogidas por uno de sus más leales escribas en el último de sus rituales, cerca del año 2610 A.C.

El ensayo lleva a la maestría

Imagen original de https://www.deviantart.com/david-sladek

«La carne cercenada de esos hediondos puercos me está permitiendo sondear abismos de la transfiguración jamás imaginados por el hombre contemporáneo.
He comprobado que sólo resulta necesario hacer de la pieza arrancada una pasta homogénea y manejable que permita un posterior injerto de ésta en la muestra elegida como destino. Es muy importante el mantener la mixtura alejada de la luz directa mientras se produce la fermentación, pues, de lo contrario, la interconexión de los nuevos tejidos germinales puede no alcanzar la adhesión esperada, relegando el resultado del experimento a una suerte de pulpa informe sin propósito ni condición.

Una vez alcancé a dar con las proporciones exactas de pasta de porcino necesarias en función del peso de la muestra a reanimar, traté de empujar mis mórbidas conclusiones contra la delgada línea que separa lo imposible de lo prohibido. 

La noche de antes de la última luna llena reuní a mis más leales sirvientes y nos personamos a medianoche en el camposanto de Salem. Allí profanamos unas cuantas sepulturas en aras de hacer acopio de una plétora de interesantes piezas con las que culminar mis experimentos. Recogimos pedazos de mujeres, pedazos de hombres. Pedazos de niños, de recién nacidos. De cánidos, de equinos, de aves y de anfibios. 

El resultado final, sin lugar a dudas, rozó los límites de lo extraordinario. La criatura amalgamada sólo necesitó doce horas de maduración para alcanzar la tan ansiada reanimación. Su autonomía, su fuerza, su grado de consciencia y su aspecto tan espantoso como insoportable nos obligó a terminar reduciéndola a cenizas y arrojándola en última instancia al mar. Y sin embargo, las conclusiones que obtuve de tan osado experimento me permitirán en un futuro no muy lejano sembrar el fértil terreno sobre el que pretendo que florezca mi ansiada obra maestra».

—Extracto del Cuaderno Rojo.

Paranoia amarilla

«Son un total de doce los casos que he logrado recopilar durante estos últimos diez años relacionados con esa extraña patología incierta pero recurrente, la cual me he tomado la licencia de nominar como Paranoia Amarilla.

Cada individuo, a su manera, ha desarrollado una suerte de esquizofrenia alucinógena aderezada con muchas otras taras en su juicio de un carácter algo más secundario, pero que dejan igualmente al sujeto en un estado de demencia para el que no se encuentra una cura conocida. El insólito elemento que aúna todos los casos hacia una raíz común es la asistencia a la impopular e itinerante obra teatral El rey de amarillo: una infame representación de cuyo contenido no se alcanza a localizar información precisa, y cuya itinerancia a través de las diferentes ciudades de Estados Unidos —¡y del mundo!— ni siquiera sigue un patrón regular o definido. Cabe destacar que la mera asistencia a cualquiera de sus tres actos es suficiente para provocar en los sujetos una suerte de afección mental imperecedera y espantosa, cuestión esta que logra levantar aún más suspicacias sobre su misterioso contenido.

El primero de los casos que me tocó estudiar fue el de un influyente y adinerado marchante de Boston. La que debería haberse resuelto como un próspera y alargada vida, terminó sin embargo agotando sus días en la más miserable y execrable de las ruinas. Habitando un sótano infecto al cual denominaba «el reino de Hali», el sujeto se autoproclamaba como la reencarnación contemporánea de Hastur, y devoraba con morbidez todo alimento que alcanzara a sujetar con sus orondas y flácidas manos. Por desgracia, su temprano fallecimiento a causa de una inevitable asfixia me alcanzó por sorpresa, por lo que no pude concluir su estudio con el rigor oportuno».

—Extracto del diario del doctor Dustin R. Schultz.

Arquitectura gótica

Imagen original de https://alanise.deviantart.com

«Qué suerte de ignoto mesmerismo poseerán los santuarios góticos que tan irremediablemente nos atrapan. Qué clase de embrujo luciferino gastará su arquitectura que nos relega a la más ínfima e irresoluble insignificancia.

¿Serán sus formas afiladas como garras las que nos evocan temores propios de nuestro pasado más primigenio? ¿Serán sus hercúleas e inalcanzables columnas talladas con óseos motivos las que nos trasladan a la posición de un gusano frente a los pies de un gigante? ¿Serán sus amplias bóbedas que sobre nuestras cabezas extienden su crucería como los finos dedos de esa Muerte que espera paciente a la última de nuestras exhalaciones? ¿O acaso son sus alargados y angostos ventanales, estrechos umbrales hacia la oscuridad y el secretismo que desfilan en silencio por sus recargadas fachadas? Como una turba moribunda y apretada que culmina en un sinfín de coronas globulares y arcos apuntados. 

Puede que sea la multitud de grotescas representaciones de quimeras y demonios que salpican cada uno de los rincones y cada una de las esquinas, o quizás las arcadas exteriores que sostienen las naves más elevadas como un interminable costillar de piedra que abraza un torso de roca bajo el que palpita un corazón de sombras y tinieblas.

La cuestión es que la arquitectura gótica nos sugestiona, nos sobrecoge, nos seduce. Nos cautiva con recuerdos del medioevo más oscuro y con clamores de sacrilegio y herejía. Y es que fueron tiempos difíciles los de los siglos intermedios, aunque hermosos, a su vez, por la fascinante solemnidad de sus estructuras y la infatigable renuencia de sus coetáneos».

—Reflexiones: sobre el embrujo gótico.

La clarividencia

«En el sujeto se vislumbran, claramente, signos propios de la esquizofrenia paranoide, atisbos de manía persecutoria y evidencias palpables de un extraño tipo de terrores nocturnos escasamente documentado. Tras numerosas sesiones de aislamiento controlado, electroteriapia convulsiva y baños de contraste tres veces al día, lo único que mis colegas terminaron consiguiendo fue el asentar aún más sus irremediables e indefinibles dolencias.

El individuo, un joven historiador con un deslumbrante futuro académico por delante, aseveraba a los doctores que había logrado despertar una fuerza de la naturaleza escondida a los ojos de los hombres entre las páginas de un extraño libro, un volumen cuyo título mis compañeros fueron incapaces de transcribir. El paciente ratifica de un modo categórico que la indomeñable entidad, la cual había sido capaz de extirpar de su incalculable letargo a través de los textos que conformaban tan ignoto ejemplar, acabaría inevitablemente robándole su vida, pues no hay para estos seres banquete más exquisito que la sangre burbujeante de aquellos que decidieron privarlos de su descanso.

Tanto el doctor Sheppard como el doctor Thanous han terminado por catalogar al sujeto como un caso sin remedio para el que ninguna de las técnicas modernas resulta eficaz. No obstante, este último ha solicitado formalmente a la dirección del Hospital el traslado del paciente a sus instalaciones privadas, de modo que pueda continuar allí con el estudio mediante un conjunto de novedosas técnicas de su propia invención».

—Extracto del diario del Dr. en psiquiatría Dustin R. Schultz. Boston, 15 de marzo de 1910.

Madre

«La vida se nos presenta tan próspera y hermosa cuando creemos sostener entre nuestras manos los hilos que controlan nuestro destino, que apenas logramos reparar en esos ínfimos detalles que la Providencia pone delante de nuestros ojos como un grito de advertencia ante las aciagas consecuencias que quedan por venir.

Cuando ya no hay espacio para la vuelta atrás, cuando el tiempo nos ha robado la esperanza de la salvación y las palabras de los sacerdotes no logran cosa distinta de alimentar aún más nuestra insoportable desdicha, es entonces que comprendemos que el destino no se rige por nuestros actos ni atiende a nuestras expectaciones; es entonces que adivinamos en la expiración la más extraordinaria de las redenciones; es entonces que tratamos de reconducir nuestros propósitos hacia la más insoportable y desconsoladora de las aceptaciones.

Pero no. Yo no lo haré. Yo no lo aceptaré. Mi ambición despiadada arrancó de su cuerpo la preciada vida que debería esperarle a mi pequeña Victoria. Mi sórdida avidez cercenó sin remedio el futuro de una criatura tan pura e inocente como una vez resultara el propio corazón de su madre. 

Y todo esto, para qué. Todo esto, para qué. 

Para obtener el poder. 

Pero el poder, sobre qué. El poder, sobre qué. 

El poder sobre mi destino, el poder sobre los que me rechazaron, sobre los que me ridiculizaron, sobre los que osaron violarme aquella fatídica víspera de Navidad.

Ahora marcho hasta los dominios de la misma muerte. Me introduzco en sus reductos ya olvidados por la creación, madrigueras propias de seres sin explicación. Pues debe ser ahí, debe ser ahí, donde mi pequeña Victoria se hallará esperando a que su egoísta madre la retorne a la vida desde las tinieblas adonde una noche la envió.

Ahora marcho hasta la muerte, y no la pienso aceptar».

—Carta de despedida a la temida Babarse, Madre de Brujas, manuscrita por una de sus más prometedoras discípulas. En Salem, año de 1634.

Sobre los sueños

Imagen original de https://loish.deviantart.com

«Es en los sueños donde nuestro limitado pensamiento resulta liberado de los pesados grilletes de la razón, donde nuestros actos no quedan confinados a los estrictos dogmas de la naturaleza. Es donde el más exquisito de los manjares transfigura en la más nauseabunda de las ponzoñas, y el más cruel de los hechos torna de súbito en el más espantoso de los divertimentos.

Es cuando nuestra mente retorna a la rigidez del mundo tangible que nuestros sentimientos nos asaltan evaluando el grado de cada uno de los hechos soñados, y es ahí donde el onironauta, si aspira a usar las vivencias padecidas como herramientas para la creación, deberá recoger su abanico de escrúpulos y abrir su corazón a los más impuros de los actos recordados, pues es de las más tremebundas pesadillas de donde surgen las obras más extraordinarias».

—Reflexiones: sobre los sueños.